Te ofrezco 3 caminos antes de seguir por delante. Puedes elegir cómo deseas estar inmerso en esta historia:
- Escuchar solo el audio
- Escuchar «con»: Sumérgete en el texto y el audio. Las narrativas fragmentadas tienen su ritmo; puede ser una continuidad o una discontinuidad. La experiencia es personal, se co-crea. Déjate afectar y sigue.
- Escuchar «sin»: Si prefieres una experiencia más introspectiva, puedes escuchar solo la narración.
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El agua fluye sin apuro, invitando a ser, sin palabras, en su propia cadencia. Hay risas, hay silencios que no necesitan ser nombrados, solo sentidos. Un eco que se teje con las ondas, un movimiento en la corriente que nos abraza, que nos recuerda que estamos aquí, en este instante que se repite y se desvanece.
El lago se ofrece como un espacio de tránsito, donde el paso no se mide en tiempo, sino en la vibración. La arena se disuelve, las piedras se reconocen en sus formas, y cada salpicadura es un murmullo de alegría, una historia encriptada. Las olas reverberan, nos reflejan, lo que somos capaces de ser cuando nos toca divertirnos.
Las voces que emergen, en su totalidad, se reconocen en cada respiro del viento, en cada ola que se disuelve en la orilla. No es cuestión de entender, sino de escuchar lo que se nos da en el juego sin reglas, en el eco que nace del agua y se extiende por todo lo que toca.
Una frase lanzada al aire, se convierte en parte de ese murmullo de la isla, resonando como una vibración que se entrelaza con lo eterno. Las palabras no necesitan explicación, no hay barreras entre lo dicho y lo escuchado. Solo un fluir, un entrelazarse que se alimenta de lo que somos, de lo que hemos sido, de lo que seremos.
Este momento, sin comienzo ni fin, permanece en el aire, como la brisa que nos acaricia, como el agua que nunca deja de moverse.
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Las vertientes murmuran por toda la isla, fluyendo en un susurro constante, alimentando el lago con sus ecos. Es como si la isla misma respirara a través del agua, como si las piedras y la tierra se fundieran en un lenguaje antiguo, incomprensible, pero profundamente conocido.
Cerca de la orilla, la vertiente se deja sentir con mayor claridad. El agua corre sobre las rocas, resbalando, deslizando, creando una melodía que se mezcla con el viento. Un canto se deja oír, suave, fugaz. La corriente arrastra consigo el murmullo, lo entrega en pequeñas olas que tiemblan en el aire antes de desvanecerse.
Es una vibración que se siente más que se escucha, como si tocara la piel desde adentro. Todo se acomoda en su lugar, como si las corrientes invisibles de la isla alinearan los ritmos del cuerpo con los del lago.
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La vibración cambia, se alarga, se desliza como un hilo líquido en el aire. Un murmullo se entrelaza con el viento, rozando la piel con su aliento tibio. La vertiente se disuelve poco a poco, como si el agua cediera su voz a otra forma de fluidez.
Algo resuena en la distancia, un eco que se insinúa entre los sonidos del aire. No es del todo agua, no es del todo viento, pero se mueve con la misma libertad. Se extiende y se repliega, buscando su cauce, desbordándose sin apuro. En su ondulación, todo mueve por un instante, como si el tiempo obedeciera al vaivén de una corriente invisible.
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El silencio se despliega.
Nada interrumpe la voz que emerge. Todo escucha.
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El lago respira.
La calma lo envuelve todo. No hay prisa, solo el vaivén de las olas. El agua se funde consigo misma, como si el tiempo se desdibujara en su reflejo.
