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Para lograr una experiencia completa, te invitamos a una escucha inmersiva, en la que la lectura y la escucha se entrelazan como parte de un relato en dos lenguajes, corre uno al otro.

Este texto es un extracto del documento completo presentado en la Reunión Anual de Etnología el 2023 y forma parte del Tomo II de las memorias. Para acceder al texto completo, haz click en el enlace.

Para una mejor experiencia, te recomendamos usar audífonos.

El viaje a la isla del Sol

Primera narración: En un viaje espiritual a la isla del Sol, cerca al tiempo de los conflictos del 2019, cuando toda Bolivia se encontraba revuelta y la sensibilidad en el aire era tan tensa y dolorosa, surgió un espacio de sanación alrededor de las fechas del Illapacha; estar en la isla sagrada en ese tiempo tan oscuro para muchos no solo tocaba las heridas de la colectividad, sino también las individuales en varios planos; muchas evidentemente estaban siendo las revelaciones.

En fin, encaminada a habitar ese plano sagrado y sanador, me dispuse no muy preparada a lo que iba, ni mucho menos con conocimiento cabal. Era solo pensar que el estar en la isla me daría paz y orientación para saber qué era lo correcto.

Todo se sincronizó para estar ahí. Tomamos el bote en Copacabana que nos dirigiría a la isla, había muchas caras nuevas, el vaivén de las olas transitando el lago era tan mecedor. Me sentía en paz, expectante y dispuesta a aprender.

La isla es un lugar maravilloso, la arena blanca, el viento suave que la rozaba ese tiempo, los pobladores, y todos los templos alrededor en tiempo de gemínidas, te sumergen a un espacio con otra temporalidad.

Realmente me encontraba a salvo.

En fin, que estando allí, ya acomodadas en nuestras habitaciones, me tocó presenciar rituales con plantas maestras. No estaba consciente de lo que estaba por venir y de lo fuerte de la medicina estando en la isla sagrada. Las energías se encontraban chocándose unas con otras, no era de extrañarse, pues Bolivia misma se encontraba en transiciones y removida.

Ya cerca al Illapacha, en el segundo día de ritual con plantas maestras, nos tocó la ceremonia con el maestro wachuma.

Todos temprano en la mañana empezamos la caminata hacia los templos de la isla y llegando a una colina nos pusimos en círculo. El chamán nos dispuso en parejas y nos dieron de beber la planta maestra. En silencio, y con la advertencia de no alejarnos, empezamos la larga caminata que duraría todo el día.

No pasó mucho tiempo y los efectos de la planta empezaron a aparecer, el solo recordarlo me eriza la piel.

En la primera parada nos pidieron descansar en un lugar rocoso y yo me eché y pude ver todo con mucho detalle; al mirar el cielo cada nube se movía con mucha precisión, se veían formas con muchos detalles y con movimientos encantadores. Mi interés se centró en las plantas y las rocas porque buscaba conocer su voz, sus relatos, las memorias que traían. Podía escuchar todo a mucho volumen y con mucho detalle, el más mínimo roce era un trueno para mí.

Ya al levantarnos, y dando algunos pasos, empecé a ver que todos nos volvíamos gigantes, éramos seres muy grandes, muy ruidosos y que pisábamos todo a nuestro paso, arrasamos con todo, bosques, ríos, montañas, lagos, todo era destruido por nuestras pisadas.

Lo que fue insostenible era el ruido que producíamos; la planta me dio el poder de escuchar todo, pero todo sonaba al mismo tiempo, no tenía el poder de filtrar.

En momentos de descanso me disponía lo más posible a alejarme del ruido de los gigantes, esos eran los pocos momentos de calma y de escucha más filtrada. Pude escuchar el mensaje de las rocas, ellas me revelaron el paso de unos caballos por el lugar, las rocas guardaban las memorias de los que transitaron, de los jinetes que pasaron por allí.

Estaba fascinada de mi gran capacidad de escucha y de todos los detalles que podía oír, pero al mismo tiempo estaba muy frustrada porque el ruido que producíamos todos los presentes, incluso estando en silencio, era abrumador.

En otro momento de descanso me disponía lo más posible a huir de los gigantes, ahí pude escuchar las frecuencias inaudibles de las plantas, escuché su comunicación, eran sonidos muy agudos y muy graves, superpuestos, y que se combinaban con el soplo del viento; las palabras no podrán explicar esa maravilla.

¡No podía más!, estaba llorando a mares, nadie entendía lo que me pasaba, trataba de hacer que los gigantes se vuelvan pequeños, pero no lo lograba.

Desesperada por escuchar a las piedras y a las plantas en otro momento de descanso, al levantarnos para partir en un instante de calma, el viento me gruñó. Sentí que me decía, “¿por qué solo miras plantas y piedras?”.

¿Por qué el viento me gruñiría?

Me quedé sorprendida de cómo todo sonaba al mismo tiempo, lo que quedaba era transitar el amargo camino ruidoso e insoportable de escuchar todo y nada a la vez.

Muy triste y llorando, en otro de los descansos nos dispusieron en una fila para sumergir nuestra cabeza en una especie de fuente subterránea de agua, parte de otro templo; yo presentía que ya no podría escuchar más con la presencia del wachuma. Hablé con él y me hizo sentir que esta capacidad de escucha estaba en mí, me estaba revelando esa capacidad.

Tratando de calmarme se acercaron a mí varias personas para consolarme. Aunque el cariño y la contención era amorosa, lo que más deseaba era estar sola y escuchar lo más posible con el efecto de la planta maestra. En un pequeño momento de soledad y de reposo, después de sumergir mi cabeza en la fuente, me di cuenta de que la isla por medio de la fuente me dio la capacidad de filtrar el sonido; fue cuando nos llamaron a seguir las últimas horas de caminata.

No puedo explicar lo hermoso que fue ese último trecho, el viento se acercó y empezó sus infinitas danzas. Escuchaba las frecuencias inaudibles de cerca la estratósfera, veía su inmensidad y su llegar desde la lejanía. Era un incesante movimiento en todas direcciones con sonoridades inexplicables, los choques con las cárcavas, sus elevaciones, sus roces, sus sacudidas con los árboles, el roce con mi cabello, mi ropa, mi cuerpo, todo lo que movía, todo era maravilloso y en cámara lenta, la visión, la escucha, ¡toda la percepción era tan nítida!

Pareciera que el ánimo del viento era jugar y jugar, como un niño. Dicen que el viento prana trae los sueños, y este era uno maravilloso. Ya por descender a la orilla del lago, pude ver su movimiento con este; fue como si el tiempo se hubiera puesto lento y, por algún motivo, cada brazo de los miles que tenía rozaba al lago creando danzas de agua: una tras de otra se diluían al llegar a la orilla, así infinitamente lo acariciaban.

Llegamos a las orillas del lago y nos tocó sumergirnos. Fue relajante y tranquilizador. Ahí la isla me dijo, “aléjate del ruido de los gigantes”. Era como una voz interior que provenía de dentro mío, pero en conexión con la isla.

Cerrando el ciclo de la ceremonia, me dispuse a retirarme a mi habitación, a descansar, porque todo el tramo había tenido muchas emociones y percepciones, muchas revelaciones.

Al día siguiente, con mucha paz interior, quise ir a ver al viento, me levanté temprano, antes que nos dispusiéramos al tercer día de ceremonia; al subir a los templos le pregunté a una de las pobladoras que tenía la casita en el cerro, “¿quién era ese viento?”. Me dijo que se llamaba Cota Taya, el Viento que Trae la Lluvia.

Fui a saludar a Cota Taya y regresé para el tercer día de ceremonia. En la noche, en presencia de las gemínidas, pensaba “¿qué es lo que la isla me quiso decir?”. Eso ha sido un eco para mí, esa voz me ha estado acompañando y he estado tratando de entender cuál es el ruido de los gigantes.

Quizá la polarización estruendosa de juzgarse y autodestruirse que pasó en los conflicictos de 2019 era parte de ese ruido.

El ruido que hace callar al otro, el ejercicio del poder depende del control de los sonidos y del control de la escucha.

La destrucción de los bosques, los lagos, los ríos y todo, y cuanto ecosistema pisaban los gigantes.

La sobrecarga sensorial y tantos detalles.

Es el ruido de las maquinarias arrasando el cerro de áreas protegidas, ese ruido me duele mucho.

El ruido interior, el miedo, las confusiones, el que te distrae de tu misión.

El ruido tiene un carácter relacional, describe Atalli.

El ruido como generador de dolor, prácticas humanas no constructivas y antropocéntrica, como describe Mayra Estevez.

El ruido en la poética del espacio de Gastón Bachelar.

El ruido situado.

El ruido depende quién y dónde.

Para la definición de la ciencia acústica el ruido no existe; para las normas es ruido desde la percepción y esto es un sonido no deseado.

El manifieesto rudista de Russolo también nos revela la polisemia de la palabra.

La isla hablaba de ruido, ¿pero hay algo más allá del ruido como lo entendemos?, y el ruido de los gigantes, ¿qué es? Quizá una memoria de algo que estaba ahí, quizá una escucha hipersensible que se escucha más allá de lo que está.

La percepción que mi hijo sentía y siente me llevó a esta escucha, que en el autismo se siente abrumador y muy conectado.

La isla me dijo “aléjate del ruido de los gigantes”.

Conclusiones

Esto es parte de un proceso de escucha y de relación ecosistémica que vengo y sigo transitando en base a mis preguntas de mamá sobre la comunicación y cómo el canto no verbal puede revelar esa dimensión íntima del lenguaje, que es esa dimensión emocional que se comunica con lo no humano.

En estas relaciones voy sanándome y también aprendiendo a cuidar.

En la isla tenía la escucha de mi hijo y también su punto de enunciación, agencia, percepción. El devenir perceptivo relacional, sin embargo, iba más allá de mi hijo. Me llevó a conocer algo de mí, de mi hijo y mucho más.

El devenir de la comunicación transespecífica y la escucha hipersensible y relacional, la comunicación con la planta maestra, el viento sagrado que se hizo presente, las percepciones tan detalladas y abrumadoras, la sinestesia que nombra Lagdon, la experiencia maravillosa de esta epifanía, el mensaje de la isla me supera.

Lago Titicaca